UCRANIA: ¿UNA NACIÓN AL BORDE DE LA BANCARROTA?
Por: Rodrigo Bernardo Ortega Diciembre 2.019
Desde la disolución de la Unión Soviética, las relaciones de Ucrania y Rusia fueron fundamentales para la creación de organizaciones de cooperación política y comercial. Todo esto se justificaba, desde luego, por los estrechos lazos que unían históricamente a ambas naciones. Sin embargo, desde los primeros años del nuevo siglo, la influencia de la Unión Europea fue incrementándose al punto que logró boicotear la hermandad ruso-ucraniana. Las protestas de 2014 y el posterior conflicto civil en el oriente de Ucrania, desencadenaron una serie de consecuencias que tienen repercusiones en la actualidad. Una de ellas es la crisis económica por la que atraviesa Kiev, hecho que ha sido una clara demostración de su impotencia en la esfera de las relaciones comerciales y económicas. En efecto, el gobierno ucraniano no ha podido sortear la difícil situación e incluso su “fantástico” presidente, Volodomyr Zelensky, no ha implementado la mágica solución que prometió en campaña para hacerle frente a la crisis.
Una de las causas fundamentales que explican la compleja situación ucraniana es su falta absoluta de autonomía y criterio para determinar la política exterior y el curso de su economía. Las directrices de la Unión Europea y concretamente de Alemania, han permeado cualquier intento de independencia en la formulación de la política económica del país eslavo. Sumado a lo anterior, está el papel hegemónico de las instituciones globales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) que, a través de préstamos y ayudas, impone un régimen estricto que deja poco margen a los países que caen en sus redes. Estos acuerdos son poco menos que venderle el alma al diablo. En el caso ucraniano, por ejemplo, el FMI desembolsó 17.000 millones de dólares desde 1991, los cuales desaparecieron en su mayoría pues se estima que en Ucrania la corrupción y mala gestión ascienden a 8.600 millones de dólares por año. Esta situación muestra un panorama cada vez más complicado que podría llevar a pensar en una recesión económica o incluso una quiebra.
Lo anterior no es descabellado, toda vez que el país no tiene potencial para el crecimiento económico y está al borde de la moratoria de pagos (default). De hecho, “antes del golpe de estado inspirado por la CIA en 2014, el PIB de Ucrania era de 183 millones de dólares. En 2017 ya se había reducido a 112 millones. Si esa tendencia continúa, el país estará en bancarrota para el 2.020”. Esto quiere decir que la nación eslava ha tenido índices negativos en diversos ámbitos de la economía. De hecho, la agricultura que era uno de los rubros más fuertes del país, está atravesando por una crisis generalizada que se suma a la tendencia de sus tradicionales socios comerciales de buscar otros mercados y a la imposición de intereses occidentales como los productos de Monsanto utilizados en los grandes campos del país.
Otro de los factores estructurales que explican lo delicada que puede llegar a ser la situación en Ucrania, es su dependencia exclusiva de las ayudas internacionales. Ya mencionamos el papel impositivo del FMI que obliga a cumplir con ciertos compromisos económicos que, sin embargo, Kiev no es capaz de respetar. También está el papel del Banco Europeo de Reconstrucción y Fomento (BERF), institución que recientemente sirvió como garante de un préstamo de 350 millones de euros que Ucrania adquirió con el Deutsche Bank. Esta circunstancia ejemplifica el rol que cumplen los bancos occidentales en la creación de “solvencia” económica en Ucrania. No obstante, es claro que esta dependencia puede llevar al país a la bancarrota, ya que cuando surja otra de las crisis cíclicas del capitalismo global, ni la Unión Europea, ni el Banco Mundial podrá salvar una economía que muestra fallas profundas.
Por si fuera poco, la deuda estatal conjunta en Ucrania para julio de 2019 fue cercana a los 80.000 millones de dólares, un aumento notable si se considera que en diciembre de 2.018 el desbalance era de $67.200 millones de dólares. De acuerdo con el Ministerio de finanzas de ese país, el 40,9 % representa deuda interna y el restante 59,1% es deuda externa (por un valor que supera los 55.000 millones de dólares en obligaciones). Otras estadísticas muestran una situación aún más compleja: cerca del 70% de la suma de la deuda se encuentra en otras divisas, fundamentalmente dólar y euro, por lo que la devaluación de la moneda nacional ucraniana, la grivna, es cada vez mayor. De igual manera, la deuda general representa cerca del 75% del PIB del país, circunstancia que evidencia una crisis sin parangón en la nación eslava.
La inestabilidad económica en Ucrania también ha llevado a un aumento alarmante en la inflación que en septiembre de 2018 se ubicó en 18%. Estas cifras muestran una vez más el complicado panorama que le espera al gobierno Zelensky. La encrucijada está en tratar de controlar la inflación e impulsar la economía, mientras se satisfacen las demandas del FMI respecto al aumento en el precio del gas y un ajuste del gasto público. Este tipo de medidas que resultan tan perjudiciales para la población como lo está mostrando al mundo Ecuador y la fuerte protesta social que tienen tambaleando al gobierno de Lenin Moreno, podrían ser el caldo de cultivo para una insurrección social y la profundización del conflicto civil en el oriente del país. En pocas palabras, Ucrania tiene todos los males de una crisis económica: poca producción, alta inflación, devaluación de su moneda nacional y dependencia del capital extranjero. El señor Zelensky no puede tapar el sol con un dedo.
Las imposiciones de instituciones financieras y la poca capacidad del gobierno han hecho que los productos alimentarios básicos tengan precios desorbitados. De igual manera, el costo de vida ha aumentado en los sectores de vivienda, educación, telecomunicaciones y salud. En cuanto a la calefacción, uno de los temas más sensibles del país, los precios aumentarán de manera inaceptable y quedarán fuera del alcance del ciudadano promedio, evidencia de lo anterior fue el verano pasado donde los residentes de Kiev no pudieron costear el agua caliente. Por otra parte, “se estima que dos de cada tres dólares del presupuesto estatal de Ucrania han provenido de occidente o de Rusia desde 2014. Con la próxima recesión económica que afectará al mundo en menos de tres años, Ucrania tendrá la suerte de recibir incluso la mitas de esas asistencias”. Tal circunstancia es la muestra fehaciente de la dependencia malsana de Ucrania al asistencialismo de occidente, lo que puede provocar la quiebra definitiva de su economía, pues si existe un crack global, lo más probable es que esas ayudas se reduzcan sustancialmente y el país entre en bancarrota.
Todas las circunstancias antes descritas, pueden configurar un cóctel Molotov que puede estallar en cualquier momento en la figura de una crisis política y social. Aunque el tono de la campaña del hoy comediante-presidente estuvo repleta de esperanza y renovación, lo cierto es que la situación socioeconómica sigue siendo inquietante. Los altos índices de pobreza en el país que se podrían combinar con la guerra civil librada en las regiones de Donetsk y Luhansk, hacen pensar que Ucrania se encuentra muy lejos de la versión paradisiaca defendida por Zelensky. Es claro que la inestabilidad económica ocasionará una crisis institucional que podría eventualmente llevar al gobierno figuras radicales. No hay que perder de vista que personajes como Adolfo Hitler se tomaron el poder luego de una crisis en las instituciones que comenzó justamente con el incremento de la inflación, la baja producción económica y la dependencia. No es exagerado entonces pensar que Ucrania está en un riesgo cada vez mayor de convertirse en un Estado fallido.
Así las ambiciones de Zelensky lo lleven a crear una falsa idea de mostrar a Ucrania como una economía fuerte, como el “socio ideal”, la realidad es que tener acuerdos económicos con una nación tan inestable puede resultar perjudicial. La problemática reside en que la solvencia de un Estado como el ucraniano es cada día más cuestionable lo que lo convierte en un flanco fácil para la influencia de países extranjeros. Tal es el caso de la ayuda económica y militar brindada por Alemania desde los sucesos de la península de Crimea en 2014. Desde ese entonces, Alemania ha girado 1.400 millones de euros en ayudas para la nación eslava; 1.880 millones transferidos de manera directa y otros 200 millones por medio de la Unión Europea. Así las cosas, la falta de criterio e independencia de Ucrania para definir su política fiscal, lo convierten en un Estado títere de las ambiciones de banqueros y políticos occidentales.
La perspectiva mostrada en el artículo da cuenta de la difícil situación económica por la que atraviesa Ucrania y pone de manifiesto el riesgo latente del default y la bancarrota comercial. El hecho de que Kiev no pueda definir sus propias políticas en materia económica, hace que el riesgo y la inestabilidad aumenten con el pasar de los días. El comediante-presidente que se ha graduado de excelente comunicador, en esta oportunidad tendrá que diseñar una estrategia mucho más inteligente. Sin embargo, como ha sido su modus operandi, lo más probable es que hinque su rodilla ante sus jefes occidentales y endeude a la nación por los próximos 50 años. Mientras tanto la población que día a día padece las consecuencias de las decisiones de tecnócratas, estará al borde de un levantamiento que podría agudizar la precaria situación en el oriente del país. Por mucho que se esfuerce la prensa occidental por mostrar una situación de “normalidad” en Ucrania, la realidad salta a los ojos y se observa en la figura de una crisis económica peliaguda que paulatinamente mostrará sus horrendas consecuencias.