EL SILENCIO DE COLOMBIA FRENTE A LA SITUACIÓN DE VENEZUELA
Por: Rodrigo Bernardo Ortega Julio de 2.017
Parece ser que la mayoría de las grandes potencias del mundo se han puesto de acuerdo para condenar la situación de Venezuela. Sin un debido estudio de la historia y el contexto del conflicto social, y con la ligereza que caracteriza a aquellos Estados cuyos intereses están comprometidos, Estados Unidos y sus países satélites han criticado con vehemencia la reacción del gobierno venezolano frente a las protestas en distintas ciudades del país. Al respecto la canciller alemana Angela Merkel declaró estar “muy preocupada” por las circunstancias acaecidas en Venezuela (http://eltiempo.com.ve/mundo/gobierno/canciller-alemana-dijo-estar-muy-preocupada-por-situacion-de-venezuela/240163). Alemania se suma entonces a la ya larga lista de países que han propuesto el diálogo como la solución a los enfrentamientos. Sin embargo, detrás de esta actitud está claramente el hecho de ejercer presión para desconocer el gobierno legítimo de Venezuela.
Si bien la situación es compleja, los medios de comunicación internacionales financiados por poderosos grupos económicos han hecho parecer la situación como catastrófica (http://www.dw.com/es/venezuela-en-la-prensa-alemana-desde-la-cat%C3%A1strofe-al-colapso/a-39282666) De igual manera, la figura del presidente Nicolás Maduro ha sido deformada al punto de ser considerado un genocida. Estas interpretaciones dejan de lado como lo aseguró recientemente el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa, que la violencia y las provocaciones provienen de los sectores más radicales de la oposición, que han buscado a toda costa la salida del poder del primer mandatario de los venezolanos. En efecto, nada le conviene más al sector radical de la oposición que en Venezuela se fragüe una confrontación civil para invocar “la salvación de los Estados Unidos”. Por ese motivo, Washington es el primer interesado en que la violencia aumente y para ello apoya de manera clandestina a la oposición en armas.
Mientras múltiples sectores han criticado al presidente Maduro, éste ha sido el único que ha buscado mecanismos para la resolución de las disputas. Así pues, el gobierno ha pensado en el Papa Francisco como el posible mediador de la crisis en Venezuela. Si bien el jerarca de la iglesia católica se ha mostrado prudente y ha invitado a que se cree un diálogo permanente con los sectores enfrentados, el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin ha insistido que se lleven a cabo elecciones inmediatamente (http://es.rfi.fr/americas/20170614-por-que-el-papa-suscita-tanto-malestar-en-venezuela). Al margen de las diferencias, lo cierto es que una mediación del Papa puede resultar benéfica para resolver la crisis, si los sectores más recalcitrantes y violentos de Venezuela y el mundo así lo permiten.
Todo este panorama en el que se han propuesto distintos mediadores como el primer ministro de Canadá Justin Trudeau, hacen pensar en ¿cuál es el rol del presidente de Colombia Juan Manuel Santos frente a la situación en el vecino país? Sumándose a sus socios internacionales, el reciente premio nobel de paz criticó duramente a la administración venezolana, pero en ningún momento ha mostrado voluntad para servir como mediador o siquiera para tratar de comprender la situación por la que atraviesa la nación hermana. Por el contrario, el presidente Santos ha buscado desmarcarse de la situación sin importar las consecuencias políticas y diplomáticas que se puedan desatar. En un acto de deslealtad y desconocimiento, el Estado colombiano a la cabeza de su primer mandatario ha decidido darle la espalda a un gobierno con el que hasta entonces ha mantenido buenas relaciones.
Es claro que la crisis social en Venezuela debe resolverse a través de la vía pacífica, buscando que los sectores de la oposición más radicales se desarmen y puedan entablar diálogos constructivos con el presidente Maduro. Sin embargo, para llevar a cabo ese propósito es necesario contar con la ayuda de un país garante como Colombia que puede ejercer un rol fundamental en la solución de la disputa. Todo depende, claro está, de la voluntad política que tenga tanto la Casa de Nariño como la oposición venezolana para acercarse a un gobierno que está abierto al debate pero que no permitirá los intentos de desestabilización. A pesar de la oportunidad que significaría un acercamiento entre las partes, Colombia ha optado por un silencio cómplice con los Estados Unidos e injusto frente a la realidad latinoamericana.
La ingratitud se hace manifiesta pues Venezuela a través de sus presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro fue garante y uno de los principales artífices del proceso de paz en Colombia. De hecho, gracias a la mediación del extinto comandante, las FARC-EP tuvieron la confianza necesaria para entablar las conversaciones que terminaron con la entrega definitiva de las armas por parte del grupo subversivo. Por esa razón, es oportuno indagar ¿por qué el presidente Santos no tiene la misma actitud con la República Bolivariana? La respuesta quizás haya que buscarla en el deseo del nobel de paz por complacer al nuevo gobierno norteamericano con quien se ha mostrado dispuesta a cooperar. Por otra parte, el jefe de Estado de los colombianos no quiere asumir una posición que puede afectar su imagen internacional.
Empero, el presidente Santos maneja una doble moral. Por una parte, es un abanderado de la paz en tanto su proyecto y capital político estén asegurados, pero por otra, celebra las intervenciones de Estados Unidos en Siria y da la espalda a Venezuela en un momento trascendental (https://www.diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiasecundaria&id=48147). Esto demuestra que el nobel de paz sólo busca intereses particulares y que poco o nada le importa la paz, pues es imposible que en algunos escenarios busque el diálogo y en otros no. Quizás el hoy presidente colombiano entiende la paz en su versión estadounidense, esto es, en la imposición de la democracia a toda costa y el respaldo de la violencia como mecanismo de asegurar sus intereses políticos.
En efecto, la versión de la “pax americana” ha sido puesta en evidencia en diferentes momentos históricos, pero siempre con un denominador común: la defensa a ultranza de sus beneficios económicos y estratégicos. En este escenario, Venezuela es un caldo de cultivo para las más profundas ambiciones del gobierno y las multinacionales norteamericanas que buscan depredar los recursos de un país soberano y su golpeado sector petrolero. De este modo, el medio más efectivo para asegurar su posición es calentar el conflicto, promover la violencia, armar a la oposición y crear un clima de desestabilización permanente. Mientras hipócritamente critica la situación bajo un discurso de defensa de las libertades y la participación ciudadana, la Casa Blanca espera profundizar los enfrentamientos, culpar al gobierno venezolano de la crisis y esperar el llamado “salvador” que demanda la comunidad internacional para “restablecer la democracia” en Venezuela a sangre y fuego.
De esta manera, Estados Unidos completaría su plan de convertir a América Latina en una prolongación de sus políticas neoliberales que inició con el giro a la derecha de los gobiernos del continente, patrocinado por el Pentágono. Por esa razón, Washington se encuentra ante una situación de gana-gana pues si se profundiza la crisis político-social su intervención será inminente y si no es así, la oposición obligaría a convocar elecciones y de esa manera dejaría de gobernar el presidente Maduro. La única alternativa para que la administración legítima y soberanamente elegida continúe en el poder es la mediación de Colombia en el marco del respeto a la no intromisión de los asuntos internos proclamado por la carta de las Naciones Unidas.
Si de algo sirve el prestigio de ser un premio nobel de paz es justamente para generar escenarios de concertación, es decir una salida negociada a la crisis social. Por ese motivo, el presidente Santos debería pensar más como un ciudadano preocupado de América Latina y menos como un sirviente de las directrices de Washington. Aunque vale la pena aclarar que grandes guerreristas en la historia como Barack Obama o Henry Kissinger también se hicieron con la distinción, por lo que el premio no es garantía de nada. Sin embargo, el primer paso que Colombia podría llevar a cabo es desligarse de los intereses de Estados Unidos que buscan imponer un clima de violencia permanente. Un ejemplo de lo anterior fue la creación y financiación de los contras en Nicaragua que operaron durante la década de 1980 y se oponían al recién constituido gobierno sandinista. En aquella oportunidad, la Casa Blanca financió todo tipo de violaciones a los derechos humanos y promovió la escalada de la violencia que busca reproducir mutatis mutandis en Venezuela.
La decisión que tome el presidente Santos marcará el derrotero de las relaciones futuras con Caracas. Si la Casa de Nariño no cambia su postura de silencio cómplice y apoyo irrestricto a las políticas de Estados Unidos, la situación se puede agravar aún más. De hecho, Colombia podría tener la llave de paz para calmar los ánimos en el vecino país, pero todo depende de su compromiso político. Hasta el momento, el presidente Santos ha optado por estrechar sus relaciones con la administración irresponsable de Donald Trump cuya misión histórica es enemistar a las naciones de Latinoamérica. En efecto, cuatro senadores estadounidenses le ofrecieron apoyo logístico y militar a Colombia para contrarrestar un posible conflicto con Venezuela (http://www.cubahora.cu/del-mundo/la-colombia-de-santos-la-paz-y-venezuela-ii). Esto es la confirmación de que el interés cardinal de Estados Unidos es provocar una circunstancia de incertidumbre en el continente. Hecho que se agrava con el ánimo impredecible de un presidente belicista como Trump. De ahí que si Colombia estuviera dispuesta a servir de puente podría obtener grandes ventajas para la unidad latinoamericana. Pero queda claro que están por encima los mezquinos intereses.
En todo caso, el presidente Santos necesita píldoras para la memoria pues si hoy Colombia atraviesa por una etapa de postconflicto es en buena medida gracias a la intervención y voluntad de Venezuela. En correspondencia, el jefe de Estado debería mediar en la crisis social y de esa manera hacer valer su estatus de nobel de paz o al menos debería dejar de azuzar la problemática y preocuparse por la situación interna de su país. En efecto, a diario llegan noticias de asesinatos de líderes sociales y el gobierno parece no tener una política concreta para solucionar este fenómeno (http://www.hispantv.com/noticias/colombia/344334/lideres-sociales-protestan-asesinatos-farc). De la misma manera, la inconformidad de los sectores de la educación y el transporte han demostrado las profundas fisuras del gobierno colombiano.
En consecuencia, contrario a lo que desea Estados Unidos, respecto a crear un ambiente para el intervencionismo y la violencia fratricida, la solución debe basarse en el diálogo entre los diferentes sectores y para ello, el papel de Colombia puede ser definitivo y muy importante. Sin embargo, como se mencionó con anterioridad todo dependerá de cuán dispuesto esté el presidente Santos a dejar las presiones de la Casa Blanca a un lado y empezar a construir la unidad latinoamericana que tanto necesitan los pueblos.