Por: Rodrigo Bernardo Ortega
Abril de 2.024
Todos recordamos cómo a principios de 2022, en el preludio del conflicto entre Rusia y Ucrania, el presidente francés Emmanuel Macron quiso posicionarse como mediador en el futuro conflicto, teniendo diálogos directos con Moscú con la esperanza de encontrar una salida diplomática. En el verano de ese mismo año, Macron hablaba aún de una resolución concertada donde en el nuevo orden de seguridad europeo tras un armisticio, “Rusia no fuera humillada”. Sorprende por ello enormemente su reciente giro de 180 grados. Ahora el premier francés habla de un rearme del país y de considerar una eventual presencia de militares franceses en Ucrania ante una supuesta e imparable “amenaza rusa”.
Podemos vaticinar que la presencia de activos franceses en Ucrania llevaría a desencadenar una serie de sucesos que culminaría en un holocausto nuclear. Al entrar en enfrentamiento directo con Rusia, Francia al ser miembro de la OTAN podría invocar el artículo 5 del tratado, y llevaría a todo el bloque a una guerra con el gigante euroasiático: ambas partes usarían su arsenal nuclear.
Es por esta razón que los otros líderes europeos inicialmente desautorizaron a Macron tratando de bajar un poco la temperatura, y muchos medios teorizaron que Macron hizo estas declaraciones para ganar el pulso interno con la ultraderecha francesa (Front National de Marine le Pen) que históricamente ha sido percibida como rusófila. Sin embargo, al paso de los días son más los líderes políticos y mediáticos los que se suman al vagón de los halcones.
En seguidilla a Macron, Ursula Von der Leyen -la presidenta de la Comisión Europea- presenta una nueva estrategia de defensa donde prioriza la compra de armamento mediante los fondos congelados rusos. Habla de un riesgo de guerra no inminente pero no imposible, instando a los países miembros de la Unión a invertir al menos el 2% de su PIB en defensa (la misma cuota que exige la OTAN) y a preparar a sus poblaciones para un eventual reclutamiento. De Rusia se dijo durante los años 2022 y 2023 que estaba “a punto” de ser vencida, ahora, con las recientes victorias territoriales y ante las dificultades de EEUU para aprobar los billonarios paquetes de ayuda (y la inminente llegada de una segunda administración Trump), nos la presentan como una máquina insaciable que no tendría por qué terminar su ánimo expansionista con Ucrania y que vendría a tragarse a Europa entera. Diarios como El País, asociado al progresismo, han titulado escandalosas primeras planas como “Europa se prepara ya para un escenario de guerra” naturalizando el inminente conflicto en el imaginario europeo y preparando a sus poblaciones para una eventual economía de guerra. ¿Pero qué hay detrás de la retórica guerrerista?
Para empezar, no hay ningún indicio que Rusia tenga ánimos de influencia más allá de su órbita natural, cómo hemos siempre dicho desde esta tribuna, el final del conflicto pasará por una negociación que desagravie a Rusia atendiendo a los puntos expuestos en los acuerdos de Minsk (2015). La clave de esta nueva escalada retórica europea, puede estar en la Doctrina del Shock.
La doctrina del Shock es una teoría desarrollada por la autora y periodista canadiense Naomi Klein en su libro de 2007 titulado “La Doctrina del Shock: El Auge del Capitalismo del Desastre”. La premisa principal de esta doctrina es que los gobiernos y las élites corporativas utilizan situaciones de crisis, como desastres naturales, crisis económicas o ataques terroristas, para implementar políticas radicales de libre mercado o militaristas que de otra manera serían impopulares o resistidas por la población.
Klein argumenta que, durante períodos de crisis, las personas están más dispuestas a aceptar cambios drásticos y medidas de choque que de otra manera rechazarían. Por lo tanto, los gobiernos y las corporaciones se aprovechan de estas situaciones para introducir políticas económicas neoliberales, privatizaciones, desregulaciones, gastos en defensa, cesión de derechos civiles y recortes en servicios sociales. Esto puede llevar a una mayor concentración de poder y riqueza en manos de una élite, mientras que la mayoría de la población sufre las consecuencias.
Klein explora ejemplos históricos, como la aplicación de políticas económicas neoliberales en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet después del golpe de Estado de 1973, así como situaciones más contemporáneas, como la Guerra de Irak y el huracán Katrina en los Estados Unidos, para ilustrar su argumento sobre cómo se aprovechan los momentos de crisis para imponer agendas políticas y económicas específicas.
Queda clarísimo que, con el actual equilibrio de poderes de las potencias nucleares, Europa no está buscando una confrontación con Rusia. Pero ante el declive inminente de EEUU, el continente europeo necesita desarrollar capacidades militares para asegurarse recursos naturales (semiconductores, metales raros, petróleo y gas) de países del sur global. La amenaza ficticia de invasión rusa, utilizando la doctrina del Shock, es una excusa perfecta para vender entre su población el aumento en el gasto militar para continuar el imperialismo europeo sin su aliado americano.
Muestra de ello son las incursiones sobre todo francesas en sus excolonias africanas recientemente. También, podemos analizar el tratamiento a los hutíes, quienes en respuesta a la agresión el pueblo palestino, han bloqueado el paso de cargueros en el mar rojo, pero fueron atacados por Occidente al bloquear el comercio entre Europa y Asia.
Todo esto es un juego peligroso. Europa, al redoblar los tambores de guerra, e incrementar su retórica belicista con fines ocultos al público, puede sin querer (como ya pasó en la primera guerra mundial) poner en marcha eventos que desencadenen una guerra de la que toda la humanidad salga perdiendo.
Referencias: